Espicalaforca está más sola, pero San Úrbez no olvida esta montaña
Hace unos pocos años, por parte de devotos y amigos del Camino de San Úrbez, se instaló una pequeña capilleta en la cueva Espicalaforca, precioso y alto lugar en el término de Albella. Muy cercano ya al nacimiento del río Alcanadre, el puerto de Albella y Planillo, Las Mallatas, todo ello diferentes denominaciones que vienen a referirse a un un mismo y maravilloso lugar. La ubicación no era en absoluto casual ni caprichosa, estaba bien elegida.
Vamos a ver el porqué de la ubicación.
Para empezar, si bien no había memoria de haber habido allí capilleta, aguas abajo del barranco de Arasa, en cuya parte alta se encuentra la cueva, en un tozal en la orilla hidrográfica izquierda, se hallan los restos de la vieja ermita de San Úrbez, hoy espedregal cimero.
Además, es el final de la fuerte subida de la cuasta del Bovedón que realiza el camino que de Albella sube al puerto de Albella y Planillo. Es casi parada obligada para reponer fuerzas y dar las gracias (aquel que quiera) por haber llegado hasta allí, ya que desde ahí en adelante, tras pasar o grau d´Arzal, queda muy poca subida hasta el puerto de Las Mallatas y es más tendida y corta.
Era también antiguo lugar de refugio para los pastores, transmisores de las costumbres y creencias más ancestrales, y herederos de alguna manera del también pastor Úrbez. De hecho, se juntaban a veces en ella o en sus proximidades, gracias al abrigo que de las inclemencias ofrecía, pastores tanto de Albella y Planillo, como de su vecino Ligüerre, ya que a güega entre ambos pueblos no pasa lejos de allí.
Por este lugar según la tradición oral de Albella y Planillo, pasaría San Úrbez cuando pasó de Albella hacia el Guarga, en dirección a la cueva de Saliellas, en término de Cerésola. Desde Las Mallatas, el entonces mozo Úrbez seguiría aguas abajo el naciente Alcanadre hacia una ermita, San Bartolomé, cercana a su orilla, entre Laguarta y Matidero. Y ni los vecinos de Albella ni sus hermanos de Planillo olvidarían a aquel mozo Santo que sirvió en casa Ayneto. Esta capilleta es un nuevo acto de recuerdo a San Úrbez. Pero tampoco éste olvidaría a los de Albella,. Respetamos la grafía de inicios del siglo XVIII, que se entiende:
“Apreciôles mucho el Santo Moço Vrbez efte amor, y fina voluntad â los de Albella, ofreciéndoles el acordarfe de ellos, y tenerlos en fus Oraciones muy presetes, pero que era la voluntad de Dios fe fueffe à vivir à otra tierra, aunque fentia, por el amor que les devia, dexarlos; pero que à efte amor, y fentimiento, ponderava mas la voluntad de Dios, y que eftuvieffen ciertos, que aunque se aufentava, no los olvidaría.”
Agustín de Carreras, 1.702, Vida de San Úrbez.
La capilleta ha saludado el paso durante unos años de todos los caminantes que, andando, corriendo, en bici, a caballo por allí han pasado. ¿Cuántos? No lo sabemos ni lo sabremos. Han sido saludos por el mozo, pastor, eremita, monje, sacerdote, y Santo, el sobre todo humilde Úrbez, cuya figura es asociada siempre al zurrón y al cayado, a la oveja y al perro. A todos ha confortado. Unos echaron un trago. Otros, un bocado. Otros, un aliento. Unos habrán rezado, otros no. Sin duda todos, al llegar, habrán hecho una parada, y al verla, aunque fuera la primera vez que pasaban, habrán sabido que “lo fuerte quedaba ya atrás” y que ese lugar era especial. Y todos la han respetado… hasta hace poco.
Ahora la capilleta ha desaparecido. Para retirarla se necesita herramienta especial, y unas horas de caminar. El respeto, que ha sido universal, en algún particular se ha detenido…
¿Valor económico? No parece probable, ya que económicamente no es valiosa, ni la capilleta, ni la imagen
¿Sentimiento antireligioso? ¿Ecologismo extremo? No sabemos.
En el fondo, los motivos no son importantes. Sin duda, si no hay ánimo económico, el que la ha retirado, ha pensado que tenía el derecho de retirarla.
Arrogarse un derecho es un acto de individualismo, y en este caso, pensamos que de egoísmo. Quizás esa persona o personas no se pararon a pensar que quienes han mantenido y mantienen estos territorios son la gente de Albella, Planillo, Laguarta, viviendo todo el año en estos pueblos, y que participaron en conseguir poner la capilla. Que estos montañeses sentirían esta acción de destrucción como algo que hería su propio patrimonio, su propia identidad.
Es una paradoja que años de esfuerzos por recuperar una tradición, la tradición de San Úrbez, finalmente manifestada en la recuperación física de estos viejos caminos, haya hecho posible que por esos mismos caminos rehabilitados gracias a la potencia del fenómeno urbeciano (hace pocos años totalmente impracticables) accediera la persona o personas que tan gratuita y secretamente han superpuesto su intolerancia a las buenas intenciones de las gentes de estos valles.
Quizás el proyecto que había para recuperar el espacio pastoril de Las Mallatas de Albella, con su corral y caseta de pastor, ahora desmontada a la espera de su reconstrucción, se vea ahora ensombrecido ante la posibilidad de que otro rastro de la memoria de los montañeses que por aquí han pastoreado siglos, San Urbez uno más, se vea también destrozado, robado o desubicado.
De una manera u otra, muchas de las personas en torno a San Úrbez amamos la tradición oral y religiosa de estas montañas, sus palabras, sus objetos, sus caminos, su dureza y su belleza. Hemos tenido la enorme suerte de aportar un granito de arena a fijar y evitar que parte de la memoria quede, dando voz a los auténticos protagonistas, esos hombres y mujeres que, ya mayores, nos narraban sus vivencias de niñez con un brillo adivinado en sus ojos. Esos abuelos nos han hecho un regalo impagable a nosotros y a nuestros hijos.
Estas personas, hoy tenemos un sentimiento ambivalente.
Por un lado, un poso, quizás solo un poco, pero un poso de tristeza. Tristes por la ilusión de las personas, montañeses de distintos lugares de este Sobrarbe castigado, jóvenes y mayores, que donaron varios objetos (antiguos algunos), y aportaron su esfuerzo para la instalación de la capilleta, y hoy la ven desaparecida. Pero no deben pensar que su esfuerzo e ilusión fue baldío. La unión de aquellos bonitos esfuerzos y voluntades perdura y perdurará.
Pero también, por otro lado, estamos contentos, ya que mucha gente, toda durante años, han entendido que el patrimonio antropológico histórico de estas montañas está indisolublemente unido a las creencias religiosas de sus habitantes. Cultos primero telúricos o solares, sustrato que asoma claramente detrás de muchas ubicaciones y ritos, y luego desde hace “solo” unos mil quinientos años, culto católico. Ello se imbricó hasta tal punto en el día a día, en el calendario, las faenas, los miedos y las esperanzas, las fiestas, los descansos, los refranes… de los montañeses, que sencillamente NO SE PUEDE SEPARAR una cosa de la otra sin DESTRUIR AMBAS.
Y si lo religioso no se puede separar de lo antropológico, menos aún se puede separar el legado de San Úrbez de los montañeses y gentes del somontano y Monegros. Fue en estas montañas pastor de ovejas, en riscos y soledades de Sercué, Vió, Albella, antes de buscar a la Divinidad en soledad o en comunidad, y ser Pastor de almas. El Sol de la Montaña. Pastor de ovejas y almas. Es imposible separar el enorme impacto de romerías, veneraciones, en la estructura y relación social entre casas, pueblos, e incluso valles, que el fenómeno de San Úrbez tuvo en la sociedad tradicional, en torno sobre todo a los templos de Albella y Planillo, y de Nocito, auténticos polos de estructuración social y religiosa. Y, y aquí está la clave, no tiene nada que ver con las creencias de cada uno.
Confundir ambas cosas (presencia de San Úrbez en la vida montañesa tradicional, con las creencias personales) puede estar en el origen de la ausencia de la capilleta.
Ante esto, solo nos queda decir: por mucho que hayan intentado borrar todo rastro de esta acción de hermandad y unión de gentes, pueblos y valles, no sólo no lo han conseguido, sino que la memoria de la pequeña y humilde capilla se suma a la memoria del paso hace muchos siglos de un hombre Santo por estas tierras.
Que San Úrbez les guíe y oriente en sus acciones.